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Goleman (1995) menciona que la inteligencia emocional es una habilidad innata de
las personas, la cual tiene una injerencia importante en la determinación del nivel de dominio
que la persona pueda tener sobre el resto de sus habilidades. En su definición, la describe
como la capacidad de cada persona de reconocer los sentimientos propios y de los terceros,
además de que motiva a la persona y le permite el adecuado manejo de sus emociones, no
solo de manera intrapersonal sino interpersonal. Cada emoción se concibe como un proceso
de adaptación y transformación de tipo personal, social y cognitiva, y dichas emociones se
perciben en el mundo en forma de sentimientos, los cuales incluyen reacciones fisiológicas
y respuestas cognitivas.
Un bajo nivel de inteligencia emocional afecta a las personas, incluyendo a los
estudiantes, dentro y fuera de la escuela (Sánchez Manzanares & Romero Aliaga, 2019).
Dichas consecuencias negativas se pueden agrupar en los siguientes cuatro grupos:
• Bajo nivel de bienestar y ajuste psicológico.
• Reducción en la cantidad y calidad de los vínculos interpersonales.
• Bajo rendimiento académico.
• Manifestación de conductas disruptivas.
3.2.2 Educación Socioemocional
Como menciona Bisquerra Alzina (2005), la educación emocional, como rama de la
educación, ha adquirido mayor relevancia en los últimos tiempos, esto derivado de los
requerimientos que se tiene de la sociedad actual. En este contexto, los estudiantes se
enfrentan a un mundo complejo, él cual exige de ellos habilidades y competencias en el
campo emocional.
Además de lo anterior, en la actualidad se vive en una especie de analfabetismo
emocional (Pérez, Filella, & Bisquerra, 2012), en donde los estudiantes, al igual que sus
padres y docentes, carecen de las habilidades para la regulación emocional y el
establecimiento de relaciones interpersonales adecuadas.
La educación emocional se deriva de los trabajos hechos en el área de la inteligencia
emocional, las cuales, a su vez, se basan en los trabajos realizados por Mayer y Salovey
(Fernández Berrocal & Extremera Pacheco, 2005). Ellos sostienen que el desarrollo de