Page 37 - PAOLA GUADALUPE MIRELES ALEMAN
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comunicarnos de diferentes formas, incluso, aun cuando el niño no logra comprender
intelectualmente las cosas que ocurren en su entorno, él todo lo siente; esto es, se da cuenta
afectivamente de muchas palabras, acciones y cosas. Muy pronto aprende a discernir los
factores favorables de aquellos que entorpecen su desarrollo y sus posibilidades.
Puesto que el lenguaje es un elemento primordial en la comunicación y ésta es una
necesidad natural de las personas, la escuela debería establecer situaciones que favorezcan el
deseo y la necesidad de esta a partir de experiencias próximas al alumno: sus juegos, vivencias
y su propia actividad, y no desde situaciones extrañas, ajenas o superiores a sus intereses y
capacidades.
En este sentido, autores como Rugerio y Guevara (2015) exponen que el proceso a
través del cual los niños desarrollan habilidades de alfabetización inicia desde los primeros
años de su vida, a través de su interacción con una comunidad lingüística que los introduce
primero al uso del lenguaje oral y, poco a poco, al uso convencional de la lengua escrita. Los
primeros años de vida resultan los más importantes, pues los menores están aprendiendo cosas
nuevas y reciben estímulos constantes, por eso, los encargados de ellos en el contexto familiar
y escolar debemos ofrecer las herramientas adecuadas que favorezcan su aprendizaje.
Para Cabrera, Fábrega y Darielis (2019), los niños de edad preescolar tienen que
aprender a hablar de forma gramaticalmente correcta; por lo tanto, hay que enseñarles las
formas propias de la Lengua Materna. En la medida en que enriquece su vocabulario, van
asimilando las reglas gramaticales de manera simultánea, en la propia actividad oral, ante la
necesidad de comunicarse con el mundo que los rodea.
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