Page 42 - PAOLA GUADALUPE MIRELES ALEMAN
P. 42
A juicio de Halliday (1982), cuando el niño comienza a asistir a la escuela,
aproximadamente a los cinco años, se encuentra familiarizado ya con varias de las
funciones del lenguaje (o ha construido sus propios ‘modelos’ acerca del lenguaje). El
lenguaje ha sido aprehendido a través de su propia experiencia directa y debido a esto
conoce de forma subconsciente las diferentes funciones que le afectan de manera
personal. Sin embargo, aunque parece contradictorio: “gran parte de la dificultad que
tiene con el lenguaje en la escuela estriba en que se le obliga a aceptar un estereotipo
de lenguaje, contrario al conocimiento adquirido a través de su propia experiencia”.
(Bermeosolo, 2001, p. 54)
La interacción de los niños con otras personas permite que ellos recaben herramientas
lingüísticas y en consecuencia se enriquezca su vocabulario, por esto, las personas que
conviven diariamente con el niño deben ser conscientes de que están siendo imitados por un
pequeño que va emprendiendo su camino y está aprendiendo a vivir. En muchas ocasiones
esta información la desconocen los padres de familia, por eso algunos alumnos pronuncian
mal algunas palabras o llegan a utilizar un lenguaje inapropiado.
Acerca de las herramientas que los adultos debemos ofrecer a los alumnos, se
encuentran las herramientas emocionales, que ayudarán a desarrollar el discernimiento, la
sabiduría y la toma de decisiones de nuestros alumnos. Según los estudios de Bernstein
(1985), la clase de familia y su organización generan un tipo de relaciones entre sus miembros
que condiciona el desarrollo lingüístico de los niños y las niñas; por ejemplo, la posibilidad de
usar un lenguaje descontextualizado, independiente de la situación de producción, sólo se
produce en familias que mantienen conversaciones sobre temas no vinculados a cuestiones
33